En Europa comenzamos a legislar sobre el bienestar animal en los años 70, al mismo tiempo que, en todo el mundo, se incrementaba la preocupación –más amplia y genérica– por la protección del medio ambiente. De modo que la mejora del trato que se brindaba a los animales se vinculó con la mayor concienciación social por preservar nuestro entorno. En esa continua evolución, hoy en día –como ha reconocido el Parlamento Europeo– todas las actividades destinadas a proteger y garantizar el bienestar de los animales deben basarse en el principio de que son seres sensibles cuyas necesidades específicas deben ser tenidas en cuenta, y que el bienestar animal en el siglo XXI es una expresión de nuestra humanidad y un desafío para la civilización y la cultura europeas y debe, como cuestión de principio, aplicarse a todos los animales. El artículo que voy a publicar en el número 7/2016 de la Revista Aranzadi de Unión Europea repasa la evolución de la política europea desde sus precedentes más remotos (la Convención Internacional para la Protección de las Aves Útiles a la Agricultura, que se firmó en París en 1902) hasta la modificación del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea que llevó a cabo el Tratado de Lisboa, en 2009, para incorporar un reconocimiento explícito –en su Art. 13– sobre el que se asienta esta política europea: los animales son seres sensibles; pasando por otros hitos como la Directiva 74/577/CEE del Consejo, de 18 de noviembre de 1974; el Plan de Acción de 2006-2010 o la Estrategia 2012-2015, sin olvidar algunas disposiciones extracomunitarias que también han ejercido una notable influencia, como el Convenio Europeo de protección de los animales en explotaciones ganaderas (Consejo de Europa, 1976) o la formulación, tres años más tarde, por el Farm Animal Welfare Council británico de las cinco libertades que han acabado convirtiéndose en los principios básicos que definen el bienestar animal.
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