En 1787, el filósofo Jeremy Bentham (1748-1832) –discípulo del inspector de prisiones John Howard (1726-1790) que se propuso reformar Los Estados de las Prisiones (1777) tras sufrir en primera persona las pésimas condiciones de la terrible prisión de Brest (Francia) y comprobar, de regreso a su país, que la situación de los presos en Inglaterra era tan injusta como al otro lado del Canal de la Mancha– viajó a lo que entonces se denominaba Rusia Blanca (actual Bielorrusia) para visitar a su hermano pequeño que trabajaba como ingeniero al servicio del mariscal Potemkin, en un proyecto industrial. Fue Samuel Bentham, como el propio Jeremy reconoció, quien le sugirió la idea de construir un edificio de grandes dimensiones en el que los supervisores pudieran vigilar a un gran número de empleados, la mano de obra sin calificar. A partir de aquella idea inicial, de regreso a Inglaterra, propuso un modelo de cárcel llamado panóptico [en inglés, panopticon], donde un solo vigilante podía ser capaz de controlar a todos los presos de su planta mediante un sistema de torre de vigilancia central en torno a la cual se disponían las celdas formando círculos. Tomando como referencia la propuesta de Bentham, en 1843 comenzó a levantarse el primer panóptico español: el desaparecido Presidio Modelo de Valladolid. Este artículo que he publicado en el número 37 de la revista Quadernos de Criminología, nos acerca a la historia de aquella cárcel pionera que nunca llegó a funcionar como establecimiento penitenciario sino como academia de formación del arma de Caballería.
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