El famoso creador del detective Philip Marlowe fue un joven con fama de brusco, tímido, seco, discutidor e irónico que pasó bastantes apuros para ganarse la vida con empleos muy variopintos: plantador de albaricoques, encordador de raquetas, vendedor de artículos deportivos… hasta que, finalmente, aprendí contabilidad por mi cuenta –como le contó a su amigo y editor londinense Hamish Hamilton, en una carta fechada el 10 de noviembre de 1950– y a partir de entonces mi ascensión fue tan rápida como el crecimiento de una secuoya. Probablemente, sin aquel curso contable de tres años que logró completar en apenas seis semanas, Ray no se habría convertido en el ejecutivo que llegó a trabajar en media docena de empresas petroleras californianas, ni habría conocido de primera mano los conflictos laborales y las presiones de las compañías de seguros; así descubrió que tenía talento para sacar a relucir las aptitudes de la gente. La historia de este peculiar contable de serie negra es la protagonista de mi sección ContabilizARTE en el número 42 de la revista CONT4BL3.
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Hace pocas fechas leí El sueño eterno. Simplemente genial, el original que ha creado escuela
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